Calabria un oasis de virginidad y viejos valores entre los valles salvajes del Aspromonte y el “bosque encantado” de la Sila.
Quien llega de vacaciones a Calabria encuentra oasis de virginidad y viejos valores que Calabria no ha perdido todavía. La mítica apertura de los calabreses hacia quien viene de afuera no es una leyenda. Tal vez es el orgullo lo que los hace tan generosos: quieren demostrar que poseen algo, como rebelándose contra una fama que dice lo contrario.
El campesino calabrés de mi infancia, que no tenía casi nada, daba privándose de lo propio. De chico, hasta me provocaba un poco de fastidio este abrir las puertas siempre a quien viene de afuera. Esta vinculación inmediata con el extraño, porque se lo considera más importante.
Todavía hoy en mi pueblo existe este rito: te invitan a la casa para ofrecerte de todo, desde fruta hasta licor o café, y mientras tanto el vecino mira atentamente desde la puerta, se acerca, saluda, y después estás obligado también a entrar en su casa. Finalmente, das vueltas por todo el pueblo y no te dejan ir”. Así hablaba de su región natal el director de cine Gianni Amelio, quien captó la particular sensibilidad de su tierra en películas como Ladro di bambini.
Esa misma experiencia de hospitalidad la vivieron con asombro y felicidad miles de descendientes de emigrantes calabreses que volvieron a la región de sus abuelos para encontrarse con que los aislados pueblitos de otro tiempo supieron resistir la invasión turística y conservaron el corazón intacto. Para abrirlo y brindarlo a todo aquel que llegue.
Las playas que cincuenta años atrás eran un mundo escondido al pie de las montañas, a orillas del Tirreno y del Jónico, los dos mares que bañan las costas calabresas, hoy están entre las más cotizadas de Italia. Los valles salvajes del Aspromonte donde nadie jamás había pisado las alfombras de margaritas se convirtieron en un parque nacional, y el “bosque encantado” de la Sila, un extraordinario altiplano de 2.500 kilómetros cuadrados, a una altura promedio de 1.200 metros, conserva intactas las paredes rocosas esculpidas por el viento y el agua. Aun estando tan cercanas –entre los golfos de Santa Eufemia y Squilace, por ejemplo, el Tirreno y el Jónico están sólo a unos 30 kilómetros de distancia– las dos costas de Calabria ofrecen paisajes muy distintos.
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